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Óscar de la Borbolla

16/01/2017 - 12:00 am

La fe ciega en la solución

Con la inofensiva palabra “comodidad” ocultamos uno de los más grandes prodigios que nos rodean: las soluciones que otros, a lo largo de la historia, han venido aportando para satisfacer lo que necesitamos. No nos damos cuenta, pero desde el momento en el que despertamos apartamos la frazada que otro fabricó para nosotros, y tenemos […]

Observando la naturaleza encontramos, precisamente en la naturaleza, la combinación de elementos que resuelven cualquier problema; sí, eso ocurre. La pregunta es ¿por qué llegamos a creer que aquí mismo está el remedio y sólo hace falta buscarlo? Foto: Especial
Observando la naturaleza encontramos, precisamente en la naturaleza, la combinación de elementos que resuelven cualquier problema; sí, eso ocurre. La pregunta es ¿por qué llegamos a creer que aquí mismo está el remedio y sólo hace falta buscarlo? Foto: Especial

Con la inofensiva palabra “comodidad” ocultamos uno de los más grandes prodigios que nos rodean: las soluciones que otros, a lo largo de la historia, han venido aportando para satisfacer lo que necesitamos.

No nos damos cuenta, pero desde el momento en el que despertamos apartamos la frazada que otro fabricó para nosotros, y tenemos un techo que otro puso y que nos permitió pasar la noche protegidos del clima y de lo que asecha en la intemperie.

Dejar todo dicho con la palabra “civilización” es también una manera de ocultar la maravilla, pues con esta palabra más que dejarlo siquiera dicho, lo que hacemos es ocultarlo, darlo por obvio y no volver a pensar en el asunto.

Intentemos recuperar, no sólo el asombro ante el mundo de artificios en el que estamos inmersos dándonos cuenta de la genealogía de cada objeto que tenemos a la mano: la cantidad de trabajo que incluye, sino también entender lo que está detrás de todo lo que nos rodea: la palabra “solución”. Porque mi cama, mi ropa, mi auto, mi estufa; el grifo con agua corriente y caliente, la bisagra y la chapa y la llave y la puerta son soluciones a problemas. La cama es un objeto que hace más cómodo mi sueño, no es el piso frío y rígido donde podría yacer; y la estufa -qué artefacto más formidable- me permite cocinar los alimentos, calentarlos, hervirlos, pues con sólo girar una perilla soy el amo del fuego, de un fuego que enciendo con suprema sencillez y que está domesticado, con flamas de un tamaño justo.

Todos los objetos que nos facilitan la vida son soluciones ideadas por alguien. Es imposible que salga agua de las piedras y menos a 24 metros de altura, pero sale, quiero decir que en el octavo piso del edificio donde vivo no hay problema; es imposible que los alimentos no se pudran transcurridos tres días, pues no se pudren: los meto en el refrigerador y ahí se conservan… En algún momento de la historia humana todo eso que hoy está a la mano y es fácil no era posible, sonaba a sueño y a magia.

Pero no me interesa tanto llamar la atención hacia los prodigios que nos rodean, sino hacia ese impulso humano de encontrar el modo de solucionar los problemas. A la fuerza creadora que subyace en todas las soluciones con las que hemos facilitado nuestra estancia en el mundo.

Hay una premisa que, si se piensa un momento, es muy extraña, un convencimiento que es el que nos ha permitido salir adelante: la convicción fanática de que “todo tiene solución”, que las soluciones están ahí y que sólo es necesario buscarlas. ¿De cuándo nos viene esta confianza? ¿Por qué todo debe tener solución? Pongamos algunos ejemplos para ilustrar esta confianza: ¿por qué la cura (solución) a una enfermedad tiene que estar en la mezcla de unas hierbas o unas sustancias? ¿Por qué si es imposible subir unos bloques de piedra que nadie puede cargar esos bloques terminan subiendo con rodillos luego de hacer un terraplén? ¿Por qué si un punto del planeta nos queda insuperablemente lejos buscamos el modo de llegar a él inventando un artefacto que vuela?

Observando la naturaleza encontramos, precisamente en la naturaleza, la combinación de elementos que resuelven cualquier problema; sí, eso ocurre. La pregunta es ¿por qué llegamos a creer que aquí mismo está el remedio y sólo hace falta buscarlo?

 Creo que la respuesta se remonta a la Edad del Bronce, cuando nuestros ancestros por casualidad descubrieron que ciertas piedras verdosas, con las que seguramente contenían una fogata, se derretían y se transformaban en cobre, y ese metal combinado con estaño daba una aleación más resistente. Unas piedras se volvían otra cosa. Y lo mismo ocurrió en la Edad del Hierro; este nuevo metal necesita una temperatura mayor a la que da una fogata para fundirse; hace falta un horno y alimentarlo con carbón. La aleación que se obtiene es acero, nuevamente unas cosas se transforman en otras, y son cosas que están ahí. Uno de los pasos más grandes del ser humano fue descubrir que todo era uno, porque cualquier cosa podía convertirse en otra. De ahí nuestra más atávica convicción: la fe ciega en que todo se soluciona aquí y con lo que hay aquí.

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@oscardelaborbol

Óscar de la Borbolla
Escritor y filósofo, es originario de la Ciudad de México, aunque, como dijo el poeta Fargue: ha soñado tanto, ha soñado tanto que ya no es de aquí. Entre sus libros destacan: Las vocales malditas, Filosofía para inconformes, La libertad de ser distinto, El futuro no será de nadie, La rebeldía de pensar, Instrucciones para destruir la realidad, La vida de un muerto, Asalto al infierno, Nada es para tanto y Todo está permitido. Ha sido profesor de Ontología en la FES Acatlán por décadas y, eventualmente, se le puede ver en programas culturales de televisión en los que arma divertidas polémicas. Su frase emblemática es: "Los locos no somos lo morboso, solo somos lo no ortodoxo... Los locos somos otro cosmos."

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